Cuando se habla de impacto social, muchas veces se piensa en proyectos de ONGs, políticas públicas o programas de intervención comunitaria. Sin embargo, los productos que consumimos también pueden generar cambios positivos en la vida de las personas. Empresas, emprendedores y organizaciones desarrollan productos con el objetivo de mejorar nuestra cotidianidad en diferentes dimensiones como la salud, la educación, la movilidad, la accesibilidad, la seguridad y muchas más.
Al evaluar su impacto social, no solo se mide su éxito comercial, sino su capacidad de transformar la realidad de sus usuarios. Esto permite:
Cada producto o servicio que se posiciona como una solución a un problema social o una mejora en la calidad de vida lleva consigo una promesa de valor. Sin embargo, que un producto tenga el potencial de generar impacto no significa que efectivamente lo haga. Evaluar su impacto permite confirmar si la promesa de valor que se hizo en el diseño y comercialización puede traducirse en un beneficio tanto para quienes los venden como para sus clientes.
Las empresas que comercializan productos que prometen cambiar vidas solucionando necesidades cotidianas pueden hacerse estas preguntas clave:
• ¿El producto está llegando a las personas que más lo necesitan? – acá se mide alcance
• ¿Los usuarios realmente lo están utilizando como se esperaba? – acá se mide función
• ¿Está generando el cambio que prometía? – acá se mide impacto
• ¿Tiene efectos no deseados o inesperados? – acá se mide impacto
Muchas empresas confunden alcance con impacto. Miden el número de unidades vendidas o distribuidas, pero no investigan si realmente están logrando mejorar la vida de las personas como prometen. La diferencia entre impacto y alcance radica en que el alcance indica cuántas personas son ‘tocadas’ por un producto, mientras que el impacto muestra los cambios reales que ocurren en sus vidas como efecto de usar ese producto. Aunque ambos conceptos son importantes, entenderlos y diferenciarlos es crucial para (re)diseñar, comercializar y mejorar cualquier producto.
Por ejemplo, una empresa puede vender 10.000 filtros de agua y afirmar que ha mejorado el acceso al agua potable. Sin embargo, si muchas familias no usan los filtros correctamente o prefieren seguir hirviendo el agua por desconfianza al producto, el impacto real es mucho menor de lo que indican los números de ventas.
Las empresas que además, de medir sus ventas alcanzadas, miden los impactos de sus productos tienen diferentes beneficios:
1. Generar más ventas
Un producto que demuestra su impacto social tiene una ventaja competitiva en el mercado. Cuando una empresa puede respaldar con evidencia que su producto mejora vidas, tiene una herramientas más potentes para su mercadeo. Esto no solo atrae a consumidores, sino que también genera lealtad y confianza en la marca. Por ejemplo, si una empresa vende zapatos que prometen reducir la aparición de ampollas y tiene evidencia de que sus clientes lograron experimentarlo, puede utilizar esa narrativa en su publicidad y diferenciarse en el mercado. El impacto social no solo es un valor agregado, sino un motor de ventas cuando se comunica de manera efectiva.
1. Validar su efectividad
Si un producto se vende con la promesa de generar impacto, es crucial probar que efectivamente lo hace. Evaluar su impacto permite demostrar con datos que está cumpliendo su propósito y generar transparencia entre clientes, usuarios y distribuidores. Por ejemplo, si un empresa que vende tejas promete una mejora en el aislamiento térmico y la ‘calidez’ de un espacio, la única forma de validarlo es midiendo si los usuarios realmente lo perciben y/o experimentan así.
2. Mejorar el diseño del producto
Todos los productos deben estar en constante mejora para poder mantenerse vigentes en el mercado. Una evaluación bien hecha puede revelar barreras de uso, limitaciones de diseño, problemas de adopción o ajustes necesarios en el modelo de negocio. Por ejemplo, si una empresa vende estufas ecológicas para reducir el uso de leña y mejorar la calidad del aire en los hogares, pero descubre que las familias no las usan porque son difíciles de limpiar, puede rediseñarlas para hacerlas más funcionales.
3. Evitar daños no intencionados
No todos los productos generan únicamente impactos positivos. Un producto mal diseñado o mal implementado puede crear problemas que no se habían previsto. Evaluar su impacto ayuda a detectar estos efectos negativos antes de que escalen y materialicen riesgos legales y de relaciones públicas. Por ejemplo, si una plataforma de microcréditos promete mejorar la estabilidad financiera de familias de bajos ingresos, pero en la práctica genera sobre-endeudamiento, el impacto real puede ser negativo y en el voz a voz puede volverse insostenible el negocio.
4. Atraer inversión
Las empresas que pueden demostrar con evidencia que sus productos generan impacto tienen mayores oportunidades de atraer inversionistas y socios estratégicos. Todos los inversionistas se ven atraídos por proyectos y productos que sean capaces de probar que el dinero invertido genera cambios reales en sus usuarios. Una evaluación rigurosa del impacto social de un producto puede ser la clave para acceder a estos recursos de capital.
5. Justificar su escalabilidad
Si un producto demuestra que genera impacto en un segmento de mercado, se vuelve más viable escalarlo a nuevas zonas o públicos. Sin datos sobre su efectividad, la expansión puede ser un riesgo. Por ejemplo, si una aplicación móvil de domicilios logra mejorar el tiempo de ocio de las personas de un barrio en específico, entonces tiene una base sólida para expandirse a otras zonas.